
Our jubilee journey as “pilgrims of hope” takes us into the desert for 40 days, in which we are encouraged to pray, fast and give alms. The Ceremonial of Bishops describes the essence of this holy time: “The annual Lenten season is the fitting time to climb the holy mountain of Easter. The Lenten season has a double character, namely to prepare both catechumens and faithful to celebrate the Paschal Mystery” (No. 249).
The holy season of Lent is a spiritual journey of preparation to embrace the suffering, death and resurrection of Jesus. Part of the hope that comes with this time is spiritual conversion to a more intentional and grace-filled life that follows in the footsteps of Jesus. Wherever we may find ourselves in our relationship with Jesus—and admittedly we can all at times lose our way—Lent affords us the opportunity to get back on track and come home to Jesus.
The prophet Joel in the first reading for the Mass of Ash Wednesday issues both an invitation and challenge for this holy time when he says, “Even now, says the Lord, return to me with your whole heart, with fasting, and weeping, and mourning; Rend your hearts, not your garments and return to the Lord your God. For he is gracious and merciful, slow to anger, abounding in steadfast love, and relenting in punishment” (Joel 2:12-13).
What do you find most striking about these words from the prophet? Feel free to pause, go back and read them again. You might even want to print these words on a paper and place it throughout your home: on your bathroom mirror, on the door of your refrigerator or on your dining room table. Let this phrase—excuse the pun—be at the heart of your prayer, using it as a mantra.
Lent is an opportune time to go back to Jesus. But this homecoming—if it is to be genuine—must be lived, for the prophet says, “Rend your hearts, not your garments.” The return needs to be with one’s whole heart consistently over 40 days. Sometimes we can lose the sense of the heart because we look at Lent as a boot camp to shrink our stomach and lose weight. While we all need to take care of our bodies and embrace a healthy lifestyle, the essence of Lent’s days is all about the heart. Where is our heart in relationship with Jesus Christ? How can we become more “whole-hearted” in our relationship with Jesus Christ?
A few months ago, Pope Francis released an Encyclical Letter, Dilexit Nos, which means, “He Loved Us.” I encourage you to place this document on your Lenten reading list, for it is a beautiful reflection on the heart. Early in the Letter, the Holy Father states, “This interior reality of each person is frequently concealed behind a great deal of ‘foliage,’ which makes it difficult for us to understand ourselves, but even more to know others … Mere appearances, dishonesty and deception harm and pervert the heart. Despite our every attempt to appear as something we are not, our heart is the ultimate judge, not of what we show or hide from others, but of who we truly are. It is the basis for any sound life project; nothing worthwhile can be undertaken apart from the heart” (No. 6).
Lent is a grace-filled time to dig deep and remove, with God’s help, the “foliage” that constricts our heart and makes us inauthentic. Another word for this foliage is sin. There is perhaps no more compelling way to rake the leaves of our heart than to examine our conscience and make a good confession, trusting in the words of Joel who illustrates the heart of God when he says, “For He is gracious and merciful, slow to anger, abounding in steadfast love, and relenting in punishment” (Joel 2:13). While God hates the sin, He always loves the sinner and rejoices in his wholehearted return. As we begin anew—thanks to the grace of absolution that only a priest can give—we can aspire to live a more intentional and committed life with our whole heart, lifting them up in praise, honor, glory and gratitude to God. This act of “lifting up our hearts” is something we are called to do at every Holy Mass. And as fellow pilgrims we respond in unison, “We lift them up to the Lord!”
This past Christmas, I received a gift from a St. Columba parishioner. It was a handheld sculpture titled “Lift Up Your Heart.” The sculpture depicts a person genuflecting in reverence, with head bowed and hands outstretched to heaven holding a heart. While this image was given to me at Christmas, I find it has a special poignancy for Lent. And so—recognizing that we walk this journey together—perhaps we might want to place these words in a prominent place and allow them to be a frame to our prayer, namely, “Let us lift up our hearts as well as our hands toward God in heaven” (Lam. 3:41). Let us continue our journey as pilgrims of hope climbing the holy mountain of Easter!
Nuestro camino jubilar como “peregrinos de la esperanza” nos lleva al desierto durante cuarenta días, en los que se nos alienta a orar, ayunar y dar limosna. El Ceremonial de los Obispos describe la esencia de este tiempo sagrado: “La observancia anual de la Cuaresma es un tiempo favorable por el cual se asciende al monte santo de la Pascua. El tiempo de Cuaresma, en efecto, con su doble carácter, prepara tanto a los catecúmenos como a los fieles para celebrar el misterio pascual.” (No. 249).
El tiempo sagrado de Cuaresma es un viaje espiritual de preparación para abrazar el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. Parte de la esperanza que acompaña a este tiempo es la conversión espiritual a una vida más intencional y llena de gracia que siga los pasos de Jesús. Dondequiera que nos encontremos en nuestra relación con Jesús (y es cierto que todos podemos perder el camino a veces), la Cuaresma nos da la oportunidad de volver al camino correcto y volver a casa con Jesús.
El profeta Joel en la primera lectura para la Misa del Miércoles de Ceniza, nos invita y nos desafía a este tiempo sagrado cuando dice: “Vuelvan a mí con todo corazón, con ayuno, con llantos y con lamentos. Rasguen su corazón, y no sus vestidos, y vuelvan a Yavé su Dios, porque él es bondadoso y compasivo; le cuesta enojarse, y grande es su misericordia; envía la desgracia, pero luego perdona”. (Joel 2:12-13).
¿Qué es lo que más le llama la atención de estas palabras del profeta? Siéntase libre de hacer una pausa y volver a leerlas nuevamente. Quizás incluso quiera imprimir estas palabras en un papel y colocarlo por toda su casa, en el espejo de su baño, en la puerta de su refrigerador o en la mesa de su comedor. Deje que esta frase (perdón por el juego de palabras) esté en el centro de su oración usándola como un mantra.
La Cuaresma es un tiempo oportuno para volver a Jesús. Pero este regreso a casa, para que sea genuino, debe vivirse, porque el profeta dice: “Rasguen sus corazones, no sus vestidos”. El regreso debe ser con todo el corazón y de manera constante durante 40 días. A veces podemos perder el sentido del corazón porque vemos la Cuaresma como un campo de entrenamiento para encoger nuestro estómago y perder peso. Si bien todos debemos cuidar nuestro cuerpo y adoptar un estilo de vida saludable, la esencia de estos días tiene que ver con el corazón. ¿Dónde está nuestro corazón en relación con Jesucristo? ¿Cómo podemos llegar a ser más “incondicionales” en nuestra relación con Jesucristo?
Hace unos meses, el Papa Francisco publicó una carta encíclica Dilexit Nos, que significa “Él nos amó”. Lo aliento a que coloque este documento en su lista de lecturas de Cuaresma, porque es una hermosa reflexión sobre el corazón. Al principio de la Carta, el Santo Padre afirma: Esta verdad de cada persona tantas veces está oculta debajo de mucha hojarasca que la disimula, y esto hace que se vuelva difícil sentir que uno se conoce a sí mismo y más aún que conoce a otra persona…La pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón. Más allá de tantos intentos por mostrar o expresar algo que no somos, en el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos. Y esa es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón (No. 6).
La Cuaresma es un tiempo lleno de gracia para profundizar y eliminar, con la ayuda de Dios, el “follaje” que oprime nuestro corazón y nos vuelve no auténticos. Otra palabra para este follaje es pecado. Quizás no haya manera más convincente de barrer las hojas de nuestro corazón que examinar nuestra conciencia y hacer una buena confesión, confiando en las palabras de Joel quien ilustra el corazón de Dios cuando dice: “Porque él es bondadoso y compasivo; Le cuesta enojarse, y grande es su misericordia; envía la desgracias, pero luego perdona” (Joel 12:13). Si bien Dios odia el pecado, siempre ama al pecador y se regocija en su regreso de todo corazón. Al comenzar de nuevo, gracias a la gracia de la absolución que sólo un sacerdote puede dar, podemos aspirar a vivir una vida más intencional y comprometida con todo nuestro corazón, levantándolo en alabanza, honor, gloria y gratitud a Dios. Este acto de “levantar nuestros corazones” es algo que estamos llamados a hacer en cada Santa Misa. Y como compañeros peregrinos respondemos al unísono: “¡Los elevamos al Señor!”
Esta Navidad pasada, recibí un regalo de un feligrés de San Columba. Era una escultura de mano titulada “Levanta tu corazón”. La escultura representa a una persona haciendo una genuflexión en reverencia, con la cabeza inclinada y las manos extendidas hacia el cielo sosteniendo un corazón. Si bien esta imagen me fue regalada en Navidad, encuentro que tiene una intensidad especial para la Cuaresma. Y entonces, reconociendo que caminamos juntos en este camino, tal vez queramos colocar estas palabras en un lugar destacado y permitir que sirvan de marco para nuestra oración, a saber, “Alcemos nuestro corazón y nuestras manos al Dios que está en los cielos” (Lam 3,41). a¡Continuemos nuestro camino como peregrinos de la esperanza escalando la montaña santa de la Pascua!