When I think back on my childhood, I am overwhelmed with gratitude. While neither of my parents had college degrees, they were nonetheless great teachers to my siblings and me. One of the best lessons they modeled for us was the importance of celebration in life. This all began with the Sunday experience. We would attend Holy Mass together, return home for a hearty breakfast that would last longer than the food on the table, and then, later in the day, we would be off to visit the grandparents. We learned to regularly celebrate faith and family. And the celebrations would continue throughout the week with birthdays, anniversaries, neighborhood block parties and personal successes that were always shared in some celebratory way—almost always with food. In fact, when planning these celebrations, big and small, the consistent question was always, “What are we going to eat?” Dad was a butcher, so it was always easy for him to bring home the bacon, chips and dip or ice cream.
The celebrations that mark our lives not only feed our bodies, but also inspire our hearts. Above all, celebrations have a way of bringing us together. God knows that we were not created to be alone. One of the definitions of celebrate is “acknowledging with a social gathering.” How fitting and poignant it is when we welcome God into our celebrations through prayer, a scripture verse or sacred image, that our God not only desires to accompany us on the journey of life, but he also seeks to celebrate with us.
Because of the pandemic, it is not difficult to imagine a world without celebrations. COVID-19 wreaked havoc on many celebrations that have been such a mainstay in our lives. Many special celebrations were canceled, postponed or, at the very least, scaled down markedly. It was not what any of us were accustomed to. Life was very different. Masks, social distancing and Zoom radically diminished our ability to do something that we love to do—celebrate. Even the Sabbath, the Sunday experience, was greatly affected, as Masses and religious services were temporarily halted across the globe. While many of our treasured celebrations have returned, one cannot help but wonder if it will ever be the same.
Indeed, times have changed. Not just because of the pandemic, but because of the increasingly secular and individualistic culture in which we live. When I was a seminarian studying in Rome, I always felt sad on American holidays because in Italy it was just another day. I remember one year I had to go to school on Thanksgiving Day. We eventually would celebrate, but it was not the same.
Lately, Sundays are not the same—especially since the pandemic. Some of us may still watch Mass on TV or online, in the comfortable confines of our living room, instead of being present with the community in church. Some may not watch or attend Mass at all anymore. And still, some of us who attend Mass jump into our cars afterward and become absorbed in the hustle and bustle of life, making Sunday like any other day in the week.
Sunday, and the Holy Mass, is a day for us to celebrate our faith and family. As Catholics, we are obligated to participate in this celebration. In the Mass, the celebrant leads us in our preparation to “celebrate the sacred mysteries.” The Eucharistic Prayers remind us that we celebrate the death and resurrection of Jesus in which we are saved. We also pause, even rest, on Sundays, to honor the Lord’s Day, and to be fed in Word and Sacrament so that we can go forth and live the Gospel. In this great prayer of thanksgiving, we celebrate our God who is our source, strength and companion. We gather around the table of the Eucharistic banquet to be one with Jesus and one another. The Real Presence of Jesus gives food for our journey and life for our soul. And the presence of one another serves as a means of support and encouragement as we go forth to carry our cross, follow in the footsteps of Jesus and celebrate our faith and family.
Happy Celebration! Happy Sunday! Let’s strive to make every Sunday a true celebration!
Cuando pienso en mi niñez, me siento desbordado con gratitud. Aunque ninguno de mis padres tenía un título universitario, ellos fueron grandes maestros para mis hermanos y yo. Una de las mejores lecciones que ellos modelaron para nosotros fue la importancia de la celebración de la vida. Todo esto comenzó con la experiencia del domingo. Nosotros asistíamos a la Santa Misa juntos, regresábamos a casa para un abundante desayuno que duraba más que la comida en la mesa, y luego, más tarde en el día, nos íbamos a visitar a los abuelos. Aprendimos a celebrar regularmente la fe y la familia. Y las celebraciones continuarían durante la semana con cumpleaños, aniversarios, fiestas del vecindario y éxitos profesionales que siempre fueron compartidos con una celebración, casi siempre con comida. De hecho, cuando planeábamos estas celebraciones, grandes o pequeñas, la pregunta recurrente era siempre “¿Qué vamos a comer?” Papá era un carnicero, así que siempre era fácil para él traer a casa el tocino, papas fritas y una salsa o helado.
Las celebraciones que marcan nuestras vidas no sólo alimentan nuestros cuerpos sino que también inspiran nuestros corazones. Sobre todo, las celebraciones tienen una manera de unirnos. Dios sabe que no fuimos creados para estar solos. Una de las definiciones de celebrar es “reconocimiento con una reunión social.” Cuán apropiado y conmovedor es esto, que cuando acogemos a Dios en nuestras celebraciones a través de la oración, un versículo de las Escrituras, o una imagen sagrada, nuestro Dios no sólo desea acompañarnos en el camino de la vida, sino que también él busca celebrar con nosotros.
Debido a la pandemia, no es difícil imaginar un mundo sin celebraciones. El COVID-19 causó muchos estragos en muchas celebraciones que han sido un pilar en nuestras vidas. Muchas celebraciones especiales fueron canceladas, pospuestas, o, por lo menos, reducidas notablemente. No era a lo que ninguno de nosotros estaba acostumbrado. La vida fue muy diferente. Las mascarillas, el distanciamiento social y el Zoom disminuyeron radicalmente nuestra habilidad de hacer algo que amamos, celebrar. Incluso el Shabat, la experiencia del domingo, fue muy afectada, ya que las Misas y los servicios religiosos fueron detenidos temporalmente en todo el mundo. Si bien muchas de nuestra preciadas celebraciones han regresado, uno no puede dejar de preguntarse si alguna vez serán lo mismo.
Efectivamente, los tiempos han cambiado. No sólo por la pandemia, sino que por la cultura cada vez más secular e individualista en la que vivimos. Cuando era un seminarista que estudiaba en Roma, siempre me sentía triste durante las fiestas estadounidenses porque en Italia era simplemente un día más. Recuerdo un año que tuve que ir a la escuela durante un Día de Gracias. Eventualmente celebraríamos pero no era lo mismo.
Últimamente los domingos no son lo mismo, especialmente desde la pandemia. Puede que algunos de nosotros todavía miremos la Misa por televisión o en línea, en los cómodos confines de nuestra sala en lugar de estar presente con la comunidad en la iglesia. Puede que algunos ya no miren o asistan más a Misa. Y aún así, algunos de nosotros que asistimos a Misa después nos subimos a nuestros carros y nos absorbemos en el ajetreo y el bullicio de la vida, haciendo del domingo un día como otro cualquiera de la semana.
El domingo, y la Santa Misa, es un día para que nosotros celebremos nuestra fe y nuestra familia. Como católicos, nosotros estamos obligados a participar en esta Celebración. En la Misa, el celebrante nos guía en nuestra preparación para “celebrar los sagrados misterios”. Las Plegarias Eucarísticas nos recuerdan que nosotros celebramos la muerte y la resurrección de Jesús en las cuales somos salvos. También hacemos una pausa, incluso descansamos, los domingos, para honrar el Día del Señor y ser alimentados en la Palabra y el Sacramento para que podamos salir y vivir el Evangelio. En esta gran oración de acción de gracias, celebramos a nuestro Dios quien es nuestra fuente, fuerza y compañía. Nos reunimos alrededor de la mesa del banquete de la Eucaristía para ser uno con Jesús y unos con otros. La Presencia Real de Jesús nos da alimento para nuestro camino y vida para nuestra alma. Y la presencia de otros sirve como un medio de apoyo y aliento a medida que avanzamos para llevar nuestra cruz, seguir los pasos de Jesús y celebrar nuestra fe y nuestra familia.
¡Feliz celebración! ¡Feliz domingo! ¡Esforcémonos para hacer de cada domingo una verdadera celebración!